Monólogos internos. Anatomía de Grey

Era ser una vez, felices para siempre. Los cuentos son la materia de la que están hechos los sueños.
Los cuentos no se hacen realidad. La realidad es más tormentosa, más turbia, asusta más...
La realidad es más interesante que un felices para siempre.
En la vida, las situaciones críticas son un síntoma de debilidad. Y hacemos lo posible por evitarlas.

Los huesos se rompen, los órganos estallan y la carne se desgarra.
Podemos coser la carne, reparar los daños, aplacar el dolor.
Pero cuando la vida se derrumba, y nos derrumbamos nosotros, no existe la ciencia.
No hay reglas absolutas, solo podemos intentar hallar la salida.

Nos gusta pensar que no tenemos miedo, que estamos deseando explorar tierras desconocidas y vivir nuevas experiencias.
Pero siempre estamos aterrorizados, puede que eso sea parte de la atracción.

Al final del día prefieres oír algo así, si tienes algo de beber, un amigo y una hora.
Los viajes tranquilos son aburridos, preferimos hablar de calamidades.

Soy una roca, soy una isla... Nos gusta creernos independientes, solitarios, inconformistas.
Pero la verdad es que ni los mejores pueden hacerlo solos, la vida es un deporte de equipo.
Al final tienes que dejar el banquillo y decidir en que equipo juegas.

Escoger a tu equipo en la vida, no es como cuando lo hacías en clase de gimnasia.
Ser el primero puede ser aterrador, y ser el último, no es lo peor del mundo.
Observamos desde fuera, aforrándonos a nuestro aislamiento.
Porque sabemos que en cuanto dejemos el banquillo, llegara alguien, y cambiara el partido por completo.

Algunas guerras nunca terminan, algunas lo hacen en una tregua precaria.
Algunas guerras terminan, en una victoria absoluta, otras con armisticio.
Y algunas guerras acaban en esperanza, pero esas guerras no son nada, comparadas con la mas nos asusta.
Esa en la que aun tenemos que luchar.

Si eres normal, una de las pocas cosas que puedes dar por ciertas en la vida, es la muerte.

Nacemos, vivimos y morimos; a veces no en ese orden.
Enterramos las cosas, para desenterrarlas otra vez.
Así que si la muerte no es el final, ¿qué puedes dar por hecho?
No puedes dar nada por hecho, la vida es lo mas frágil, inestable e impredecible que existe.
Solo hay una cosa en la vida, de la que podemos estar seguros, y es que nada lo es.

Cuando eres pequeño, la noche te da miedo porque hay monstruos escondidos bajo la cama.
Cuando creces, esos monstruos son diferentes, la inseguridad, la soledad, el arrepentimiento.
Y aunque seas mayor y más sabio, sigues teniéndole miedo a la oscuridad.

Dormir, es lo mas fácil del mundo, solo hay que cerrar los ojos.
Pero para muchos de nosotros, el sueño parece fuera de nuestro alcance.
Queremos dormir, pero, no sabemos como lograrlo.
Pero en cuanto nos enfrentamos a nuestros demonios, a nuestros miedos, y buscamos ayuda en los demás, la noche no da tanto miedo porque nos damos cuenta de que no estamos solos en la oscuridad.

Llegamos al mundo solos, y lo dejamos solos, y el resto del tiempo lo pasamos buscando algo de compañía.
Necesitamos ayuda, necesitamos apoyo, sino nos quedamos solos, como extraños, apartados los unos de los otros.
Y nos olvidamos, de lo conectados que estamos.
Así que elegimos el amor, elegimos la vida, y por un momento, nos sentimos un poco menos solos.

Todos podemos pedir un deseo al año, al soplar las velas de nuestro cumpleaños.
Algunos pedimos más, con las pestañas, en las fuentes, al ver una estrella fugaz..
y de vez en cuando, algunos se comparten.
¿Y qué pasa entonces? ¿Es tan bueno como esperábamos? ¿Disfrutamos de nuestra felicidad?
¿O nos damos cuenta de que tenemos una larga lista de deseos que están esperando a ser deseados?

No deseamos lo fácil, deseamos cosas importantes, cosas ambiciosas, fuera de nuestro alcance.
Deseamos cosas porque necesitamos ayuda, tenemos miedo, y sabemos que quizás pedimos demasiado.
Pero seguimos teniendo deseos, porque a veces, se hacen realidad.

Somos humanos, cometemos errores, malinterpretamos, tomamos decisiones incorrectas.
La gente se hiere, sangra... Así que luchamos en cada punto, agonizamos en cada sutura.
Porque los juicios precipitados, las decisiones que tomamos sin pensar, sin vacilar, son las que nos persiguen eternamente.

Parece que no controlamos nuestros propios corazones.
Las cosas pueden cambiar sin avisar, el romanticismo puede hacer que el corazón se salga del pecho.
Igual que el pánico.
Y el pánico, puede pararlo de pronto.

Dicen que cuanto más inviertas mayores serán los beneficios.
Pero debes estar dispuesto a arriesgarte, y debes entender que puedes perderlo todo.
Pero si te arriesgas, si inviertes con cabeza, quizás te sorprenda el resultado.

El diccionario define pesar como sentimiento o dolor interior que molesta y fatiga el ánimo, profunda pena.
A los científicos, se nos enseña a aprender y a confiar en los libros, en sus definiciones, en su autoridad.
Pero en la vida raras veces son aplicables las definiciones rigurosas.
El pesar puede manifestarse de muchas formas que en poco, se parecen a una profunda pena.
Todos tenemos a veces un pesar enorme, cada uno lo encaja a su manera.
No sólo sentimos pesar por la muerte, también por la vida, por la pérdida, por el cambio.
Cuando nos preguntamos por qué a veces todo es un asco, por qué duele tanto, debemos recordar que todo puede cambiar en un instante.
Así sigues viviendo, cuando te duele tanto que no puedes respirar, así sobrevives.
Recordando el día en que sin saber cómo y aunque parezca imposible, no te sentías así, no te dolerá tanto.
El pesar le llega a cada uno a su hora, a su manera.
Lo mejor que podemos hacer, lo mejor que cualquiera puede hacer, es ser sincero.
Lo peor del pesar es que no puedes controlarlo.
Lo mejor que podemos hacer es permitirnos sentirlo cuando llega.
Y liberarnos de él cuando podamos.
Lo peor es que cuando crees que lo has superado, vuelve otra vez.
Y cada vez, te deja sin aliento.
Hay cinco fases en el duelo, se manifiestan de forma diferente en cada uno, pero siempre hay cinco:
Negación
Ira
Negociación
Depresión
Y aceptación.

Todos somos candidatos a sufrir el terror por no saber qué va a pasar.
Pero es inútil.
Porque todas las preocupaciones y los planes por si pasa esto o aquello, sólo empeoran las cosas.
Así que saca tu perro a pasear o échate una siesta, hagas lo que hagas, deja de preocuparte.
Porque la única cura para la paranoia es estar aquí, aquí y ser como eres.

Nuestra vida comienza con obligaciones.
Prometemos ser buenos, juramos portarnos bien...
Pero según cumplimos años, hacemos votos, nos cargan con compromisos:
No hacer daño, decir la verdad y nada más que la verdad, amarnos hasta que la muerte nos separe.
Hacemos lo que haría cualquier persona en su sano juicio, huir de nuestras promesas esperando que las olviden.
Pero tarde o temprano, nos alcanzan.
Y a veces ves que la obligación a la que más pavor tienes, no merece que huyas de ella.

Cuando enfermas, todo empieza con una bacteria, un único y repugnante intruso.
En poco tiempo el intruso se duplica y son dos, después los dos se convierten en cuatro y los cuatro en ocho y antes de que tu cuerpo se dé cuenta,
le están atacando.
¿Qué hacer cuando la infección te ataca y se apodera de ti?
Haces lo que debes hacer y tomas las medicinas o aprendes a vivir con ello y esperas que desaparezca.
O te rindes y dejas que te mate.

La paz, no es un estado permanente, existe por momentos, por instantes y desaparece antes de que nos demos cuenta.
Podemos sentirla en cualquier momento, en el gesto de cariño de un extraño, en una tarea que requiere concentración o en el consuelo de la rutina.
Todos los días experimentamos momentos de paz, el truco está en saber cuándo suceden para poder abrazarlos, vivirlos.
Y luego, dejarlos marchar.

Si te paras, te quedas atrás.
Pero por mucho que queramos mirar hacia delante, por tentador que sea no mirar atrás, el pasado siempre vuelve para darnos una patada en el culo.
Y como la historia nos demuestra, los que olvidan el pasado, están condenados a repetirlo.
A veces no puedes dejar marchar al pasado.
Y a veces haríamos cualquier cosa por olvidarlo.
Y a veces aprendemos algo nuevo del pasado que cambia todo lo que sabemos del presente.

Hay que adaptarse a los cambio y puede ser doloroso, pero sin ello retrocederíamos en vez de avanzar.
Debemos idear formas para curarnos constantemente. Cambiamos. Nos adaptamos.
Creamos nuevas versiones de nosotros.
Sólo debemos cerciorarnos de que es mejor que la anterior.

Nos cuesta aceptar que no siempre son los esfuerzos o fijarse en los detalles lo que nos da las respuestas.
A veces debemos detenernos, relajarnos y esperar el feliz accidente.
Por muchos planes que hagamos y muchos pasos que sigamos, nunca sabemos cómo acabará el día.
Preferiríamos conocer los problemas que vamos a encontrarnos.
Los accidentes terminan siendo los momentos más interesantes de nuestro día, de nuestra vida.
Las personas que no esperamos que aparezcan.
Acontecimientos que nunca hubiéramos imaginado.
De pronto te encuentras en un sitio en el que pensabas que nunca estarías.
Y está bien. O tardas en acostumbrarte.
Sabes que llegara un momento en el que te sentirás a gusto allí.
Así que debes acostarte pensando en mañana.
Repasar tus planes, hacer comprobaciones y esperar que los accidentes que se cruzan en tu camino sean de los felices.

En las fotos, los escaladores en las cimas de las montañas están sonrientes, pletóricos, triunfantes.
Nadie hace fotos del camino porque... ¿quién quiere recordarlo?
Nos exigimos porque es necesario, no porque nos guste. El implacable ascenso.
El dolor y la angustia mientras intentas superarte. Nadie hace fotos de eso. Nadie quiere acordarse.
Sólo queremos recordar las vistas desde la cima, el incomparable momento en la cumbre del mundo.
Eso nos ayuda a seguir ascendiendo y el dolor merece la pena. Eso es lo extraño, que merece la pena.

Es difícil deshacerse de la sensación de que pudiste hacer más.

Se suele creer que el pensamiento positivo ayuda a llevar una vida más feliz.
De pequeños nos decían que sonriéramos y que pusiéramos cara de estar contentos, de mayores nos dicen que miremos el lado positivo,
Que no hay mal que por bien no venga y que el vaso está medio lleno.
A veces la realidad se impone y te impide comportarte como si fueras feliz.
La salud te puede fallar, tu pareja te puede engañar, tus amigos puedes defraudarte,
En esos momentos solo quieres aceptar la realidad, olvidar las apariencias y ser tu mismo, asustado e infeliz.

Si le preguntas a la gente qué quiere en la vida, la respuesta es sencilla: ser felices.
Pero quizá sea esa expectativa, querer ser felices, lo que nos impide llegar a serlo.
Quizá cuanto más intentemos obligarnos a ser felices, más confundidos estemos, hasta que ni nos reconocemos.
En vez de eso seguimos sonriendo, e intentamos ser esas personas felices que quisiéramos ser, hasta que nos damos cuenta que lo hemos tenido delante.
Ni en nuestros sueños, ni en nuestras esperanzas, sino en lo que nos hace sentir cómodos, en lo que conocemos.

Cada célula del cuerpo humano, se regenera de media cada 7 años. Como las serpientes a nuestro modo, mudamos la piel.
Biológicamente somos personas nuevas, quizás parecemos los mismos, el cambio no es perceptible, al menos no en la mayoría.
Pero todos cambiamos por completo. Para siembre.

Cuando decimos que la gente no cambia, los científicos se echan las manos a la cabeza, porque el cambio, es la única constante en la ciencia.
La energía, la materia, siempre están cambiando. Metamorfoseándose. Fusionándose. Creciendo. Muriendo.
Lo antinatural es que las personas intentemos no cambiar.
Que queramos aferrarnos a como era todo antes en vez de dejar que sea lo que es.
Que queramos aferrarnos a viejos recuerdos en lugar de generar otros.
Que insistamos en creer que, pese a los indicios científicos, todo en la vida es permanente.
El cambio es constante, como vivamos ese cambio, depende de nosotros.
Puede parecernos la muerte, o una segunda oportunidad de vivir.
Si nos relajamos, y nos dejamos llevar, puede parecernos, pura adrenalina.
Como si en cualquier momento, tuviéramos otra oportunidad.
Como si en cualquier momento, pudiéramos nacer de nuevo.

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